Estas 30 fotografías en blanco y negro aspiran transmitir
los matices, sonidos y tensiones de la cárcel de la planta, lugar por donde
pasaron miles de seres que perdieron sus sueños y sus nombres, castigados por
implacables designios de constituir un eslabón de sus clases sociales siempre
postergadas por la gracia de los cielos y de una sociedad sorda a sus
exclamaciones.
Son justamente reflejos, detalle del arte de la fotografía,
de una marca de fuego diluida en el color más natural del hombre. Ese que se da
en zonas donde, por ausencia de alegría o de amor, los colores de la vida
fenecen, son, acaso recuerdo del vivir plenamente y en libertad.
Treinta eslabones triturados por el ojo y la sensibilidad
del hombre que está desde el otro lado del mundo. Del fotógrafo que capta los
climas de un ámbito tocado por la desesperanza y el tedio violento de personas
atrapadas en el inframundo.
Es una propuesta que forma parte de una necesidad colectiva
de buscar una comprensión y solución a la problemática de las cárceles
Venezolanas. Y, como propuesta visual que es, comunicar al colectivo, a través
de símbolos, elementos estructurantes de una respuesta. Se quiere, entonces,
ampliar la mirada de la gente; Se busca suscitar la expresión y las opiniones
de los pobladores ante las imágenes fotográficas.
Con estas fotografías, realizadas con técnicas esenciales,
las pequeñas cosas y los detalle de lo que fue un sitio de asfixia y abandono
del hombre como la Planta, cobran fuerzas de la luz de la libertad, es decir,
recuperar los sonidos y colores que tejen la madeja de una sociedad de
justicia, en la que a todos los seres les brilla el corazón.
José Quiaragua
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